Deberes, ¿sí o no?

En la asignatura Procesos y contextos educativos nos plantearon la duda que leéis arriba. Como estudiante, rara ha sido la vez que no aborrecí el hacer tareas y deberes. Entiendo que es necesario, al menos tal y como se plantean las asignaturas. Sin embargo, la idea de que son un trámite engorroso, absurdo o incluso un obstáculo para el desarrollo del alumnado es, cada vez, más fuerte y plausible.

 

Lo cierto es que es una opinión que siempre me he grajeado siendo alumno, siendo la víctima” de las tareas. Pero entiendo que esa óptica no puede ser la misma que debe adoptar mi yo actual, profesor en ciernes. Creo que no tengo una opinión completa; me falta bagaje, experiencia, entender al alumnado desde una óptica adulta y maestril.

 

Si bien no tengo (y muy posiblemente no llegue a tenerla del todo nunca) una opinión, sí que tengo una vaga idea: deberes sí, pero no muchos ni severos. Si bien no tengo claro cuáles serán las técnicas concretas que emplearé para dar clase, sí que sé a grandes rasgos lo que quiero hacer. Y desde luego, no va a ser la clase “estándar”, enciclopédica y ultra academicista. Los libros, los textos o incluso las videoconferencias son clave para el desarrollo, y más siendo un historiador; mas entiendo que es necesario salir del cuarto, la biblioteca o el portátil para complementar los conocimientos que se dan en clase. Realmente me encantaría estar los 50 o 60 minutos que dure la clase, que toque el timbre y no tener que mandarles ninguna tarea a los 20 alumnos que tenga frente a mí. No puedo hacerlo, tal y como está configurado el sistema educativo.

Sin embargo, la idea que me hago actualmente en la cabeza no será, desde luego, cinco ejercicios para mañana o un comentario de texto para el lunes. Y tampoco podrá suponer una grandísima penalización el no entregar a tiempo la tarea, ya que eso solo genera estrés al alumno. La Historia, salvo casos de extraña frecuencia como el mío, no se disfruta ni se aprende frente a un libro durante horas. Es importante enseñar a los alumnos esa faceta de “detective histórico”, como decía una profesora mía; pero no puede ser el mismo modus operandi todos los días, porque van a acabar asqueados y hastiados.

Creo que plantearía deberes a medio, largo plazo. Nunca sería para menos de un par de semanas, y siempre intentaría hacerles salir de casa. No es algo seguro, pero espero poder enseñar algún día en Valladolid. Esta es una ciudad histórica, ya no solo por las piezas patrimoniales que preserva y por las (valga la redundancia) historias que se han dado en sus calles. Es importante que salgan de casa a estudiar lo que les rodea para poder comprenderlo y complacerse de ello. No es lo mismo explicarle a una clase que Felipe II nació en Valladolid y para ser bautizado en San Pablo tuvo que ser sacado por una ventana del Palacio de Pimentel en lugar de por la puerta, a prepararles un juego rastreo por la zona y hacerles ver las cadenas en la ventana, la plaquita conmemorativa y hacerse fotos frente a la iglesia.

Para un profesor, caer en la monotonía educativa es lo peor que le puede pasar, pero tiene aún más delito si el profesor en cuestión es de Historia, ya que su asignatura es de las que más papeletas tiene para ser categorizada como la asignatura aburrida del curso. Hasta que el modelo educativo no cambie y se puedan aplicar correctamente unas guías pedagógicas distintas, los profesores tenemos que saber buscar nuevos métodos de deberes. Hay que mandar a los alumnos ejercicios diferentes, divertidos y a largo plazo para que puedan planificarse con tiempo. Unas tareas que les obliguen a romper con la dinámica del resto de faenas que van a mandarles el resto de los profesores, que casi todas serán páginas y páginas del “workbook” para mañana, quince problemas de álgebra idénticos entre sí o interminables frases de sintaxis para la próxima clase. Creo que es bueno que se enseñe al alumnado a ser “historiadores”. A ningún profesional de la investigación historiográfica se le exige tener tres artículos listos para mañana, artículos que tienen que redactar acorde a lo que les acaba de decir una persona durante una hora por la mañana. Un historiador necesita su tiempo, seguir un sistema de trabajo que le haga plantearse los problemas a resolver, investigar dentro y fuera de los libros, en la calle o el campo, los vestigios que queden de la historia, acudir a distintas y variadas fuentes de información, ver que su planteamiento inicial no era el esperado y tiene que

corregirse, acudir a nuevas fuentes para volver a contrastar la nueva información... Y ya, si después de jugar a ser historiadores, no le gusta al alumno en cuestión, pues es porque hemos descubierto a un futuro ingeniero. Pero por lo menos ha aprendido todo lo posible sobre determinadas cuestiones históricas, y puede que al ser diferentes y atractivas, aunque al final no le terminaran gustando, las recuerde siempre y acabe marcándole.

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